Gabardinas vacías pueblan las madrigueras de la ciudad. Van de un lugar a otro, sin reparar un solo instante en lo que les rodea. Impertérritos, jamás miran a un rostro desconocido. Creo que es de mala educación. No hay niños ni ancianos, tampoco risas. Y ninguna voz se escucha por encima de las demás. Todo es suave, confortable. La megafonía interrumpe el estremecedor silencio, anuncia la próxima estación: "King Edward". Es la mía. Al final de la escalera tropiezo con un chino que me ofrece un ejemplar de Metro. Lo acepto, pues (cómo no!) llueve y se me ha olvidado el paraguas.
"A ver si esta vez no me falla mi orientación!", suspiro mientras abro el plano de la ciudad. Es mi primer día de curro, y no sé cómo llegar al instituto. He quedado en el laboratorio, en un lugar denominado BCMHARI, con el jefe, llamémosle WGH, dentro de una hora. Estoy cerca, creo, me lo tomaré con calma. Una sensación extraña recorre mi espalda (mojada). Nunca había estado en una ciudad cuyas calles, en lugar de nombres, tienen números y coordenadas. Hay que reconocer que es práctico, aunque voy a echar de menos a mi Señora Sergia, Ramón Berenguer, Manuel Azaña... "La 28 Oeste con Oak...", enseguida me oriento y pongo rumbo a mis caderas.
Tras doblar la última esquina aprece frente a mí un recinto de proporciones inabarcables. Oteo el horizonte, de igual modo que quien se pierde en el desierto. Otro suspiro, y me dirijo hacia el edificio más cercano. A veinte pasos de la entrada la miopía se desvanece entre una nitidez antes insospechada, y un letrero sobre la puerta me comunica que he llegado a la "Unidad de Salud Mental". Parece que he acertado a la primera... pero seamos prudentes. El recibidor es amplio pero sombrío, y solo una tenue luz ilumina desde el techo la habitación. "El despacho del Dr. WGH?", pregunto a una mujer embutida en la blancura de una bata que hay tras el mostrador. Ésta me devuelve una amable sonrisa. "Número de habitación?", me pregunta como si de un paciente se tratara. Voy a tener que esforzarme con el inglés antes de lo previsto, llevamos sólo tres días en la ciudad y todavía no nos hemos adaptado al idioma. Intento traducir una frase que me viene a la mente en castellano pero, por cómo comienza a arrugar la cara la enjuta señora, deduzco que la cosa no está saliendo bien. En cualquier caso consigo que consulte en sus listas, pero el resultado es negativo, "Nada sobre WGH". "Es extraño -continuo yo-, supuestamente WGH es el director del Departamento de Psiquiatría de la UBC, y coordinador del centro de investigación sobre salud mental BCMHARI...". "Todo lo relacionado con investigación se encuentra en el edificio CFRI, en la otra parte del recinto", me explica finalmente mientras me señala su ubicación en un plano cutre, impreso sobre una cuartilla y con indicaciones en chino. "Lo siento, no me quedan ejemplares en inglés".
Me lo tomo con calma, es temprano, voy con media hora de adelanto, como de costumbre. La lluvia se ha acentuado. Me reubico en el plano, entre 第四列 y 累计频率, y trazo visualmente la línea recta entre mi posición y el CFRI. Hay que atravesar un parking y flanquear dos o tres construcciones para llegar. Refugiándome entre los soportales de los edificios rodeo el parking. No me cruzo con nadie. Sólo se ven coches de alta gama, de marcas japonesas principalmente. Un rampa hacia ninguna parte me obstaculiza el camino. La bordeo como puedo, con la sensación de que en cada ventana hay dos ojos clavados en mi cogote, observando, evaluando. Desde fuera el CFRI me resulta familiar, creo haberlo visto en alguna foto, a ver si aqui tengo más suerte. La fachada acristalada, cual vidriera cubista, anuncia la solemnidad del edificio. Las puertas se abren automáticamente, invitándome a pasar. Ante mí aparece un espacioso vestíbulo, con sofás de diseño, alfombra roja, decoración modernista, "Joder, ni que fuera el Karolinska!", exclamo en silencio. En la recepción una joven habla por teléfono con voz dulce y seria al mismo tiempo. Espero con paciencia hasta que cuelga, y vuelvo a la carga, "El despacho del Dr. WGH?". Tras una breve consulta en su ordenador frunce el ceño, "Aquí no me aparece nada, tiene su número de teléfono?". "No", la verdad es que no se me había ocurrido que esto pudiera ocurrir, qué cagada! "Está usted seguro de que trabaja aquí", insiste. "Eso creo". "Y no tiene algún otro dato sobre WGH?", replica eficientemente. Y entonces vuelvo a contar mi historia, en esta ocasión con mayor pericia. Me entiende a la primera, todo un logro, y me sugiere que pruebe en el hospital infantil, que es el edificio principal del recinto. "En su base de datos aparecen todos los trabajadores del centro", termina. Por suerte, la entrada norte al hospital queda justo enfrente, ya estoy suficientemente empapado.
De peor humor y con creciente impaciencia, cruzo la calle que divide los dos edificios. Me introduzco por los pasillos del hospital, oncología, traumatología, ornitología... hasta alcanzar el mostrador de información. Y de nuevo el mismo rollo "Conoce a un tal WGH?". Adivináis la respuesta, no? "Control!", mascullo, respiro profundo, y me reprimo. "Tiene su número de teléfono?", cagada. "Si es investigador debería estar en el CFRI", "de ahí vengo", "y ha probado en la Unidad de Salud Mental", "de allí me enviaron al CFRI". "Qué extraño! -concluye- Y está usted seguro de que trabaja aquí?". Supongo que mi cara es un fiel reflejo de mi circunstancia, pues ella misma se contesta "Indeed...". "Lo único que se me ocurre es que pruebe en la Unidad de Psiquiatría, en la cuarta planta", finaliza con poco convencimiento. Y en la cuarta planta... no conocen a WGH, y psiquiatría tampoco ha pasado por ahí.
Si tuviera que escoger un episodio televisivo de mi infancia creo que me remontaría a aquel épico momento en el que Astérix y Obélix tienen que conseguir el formulario A-38 en "La Casa que Enloquece". Esto empezaba a tomar el mismo aroma. Para superar la prueba, Asterix le da la vuelta a la tortilla, y consigue que sean los propios funcionarios quienes encuentren tal formulario en su lugar, no sin antes enloquecer, claro. Yo nunca he tenido tal destreza. Pero no voy a rendirme ante esta enloquecida casa sin dar un giro al absurdo, como Astérix. Como embriagado por la pócima de Panorámix, me hallo cruzando de nuevo hacia el CFRI, elucubrando mi plan. Atravesando el umbral, la fortuna me suelta un guiño, y me proporciona cierta credibilidad a mi historia, las siglas del lugar que busco, BCMHARI, se hacen patentes por primera vez en esta desventura. Cruzo de nuevo el lujoso vestíbulo, esta vez con mayor determinación, directo hacia la recepcionista. Con convicción le digo a la mujer que el Dr. WGH, tal y como les consta en el registro del hospital infantil, se encuentra en el BCMHARI, en la tercera planta. Ahora, ella parece confundida, algo se le escapa. "Pero..., es que a la tercera planta sólo se puede acceder con clave de seguridad, necesita autorización...". "Mire -interrumpo-, ya le he dicho que tengo una cita con el Dr. WGH, he cometido el error de no apuntarme su número de teléfono, pero, al igual que en el registro central, a usted le debería constar sus datos". "Bueno, es que ahí arriba llevan sus propios registros y a mí no me tienen muy en cuenta, ya sabe". Tras una serie de excusas que apenas alcanzo a entender, pues ahora masculla entre dientes, resuelve permitirme el paso. "Al fondo a la derecha, ascensor, tercera plata!", me recuerda mientras me alejo por un corredor perfectamente iluminado gracias a las vidrieras de colores vivos que visten al imponente edificio. Al girar a la derecha encuentro el ascensor, tal y como me anunció la recepcionista.
En la tercera planta me bloquea el paso una muralla de cristal de seguridad, provista de una puerta automática. A la izquierda, junto a una placa plateada con las letras BCMHARI, una hoja de papel plastificada cuelga de un teléfono. Contiene una relación de nombres y extensiones de teléfonos. Busco en ella con ansiedad y... hete aquí, WGH!!! Marco el número con nerviosismo, ya pasan 15 minutos de la hora acordada. Ring, ring (bueno, más bien, piiiii, piiiii). Nadie al otro extremo. Al sexto o séptimo tono un contestador automático me comunica que no se encuentra en el despacho en estos momentos y que, por favor, deje un mensaje. Odio, odio hablar con una máquina. No tenéis la impresión de que todos los mensajes de voz suenan bien menos los vuestros? A mí me ocurre. Imaginaos en inglés, sin saber qué decir, explicar una mañana tan surrealista... Al colgar el teléfono, una persona abre la puerta desde dentro y sale al exterior. Sin pensarlo dos veces, entro de un brinco. "Conoce al Dr. WGH?", pregunto. El sujeto se encoge de hombros mientras desaparece en el ascensor. De repente me encuentro en un lugar silencioso totalmente nuevo, que posiblemente sea mi nuevo lugar de trabajo, pero tampoco lo tengo muy claro. Al fondo del pasillo totalmente enmoquetado se vislumbra un laboratorio. "Será ahí?", me pregunto. Camino hacia él, casi de puntillas, como un ladrón en pleno oficio. Doy uno, dos, tres pasos, y, de la nada, aparece una señora sonriente tras un mostrador. "Qué susto!" exclamo, y ella me responde con una sonrisa burlona. "Pareces perdido...", me dice con ironía. "Ciertamente. No conocerá a un tal WGH?", pregunto rápidamente antes de que me empiece a fusilar con un interrogatorio que no voy a saber contestar. "Evidentemente!", contesta como si estuviéramos en el Vaticano y le preguntara por Dios. "Pero no vendrá por aquí hasta mañana. Acaso tiene una cita con él?". "Evidentemente!", le devuelvo la ironía. Ahora su cara es de sorpresa. Con la mano en el teléfono me pregunta si quiere que le llame al móvil, y asiento de inmediato con gesto de agradecimiento. Tras varios tonos desiste. "Le puedo escribir un email, si usted quiere". "Es una buena idea", le contesto. Después de varios intentos para deletrearle mi nombre se lo escribo en un papel. "Señor Migüel?" me pregunta sonriente. "Ramos-Miguel", replico, y cuento, por enésima vez la historia de que en España conservamos los apellidos materno y paterno... "Ah! Qué curioso!", exclama indiferente.
Puesto que la situación se tornaba favorable, comencé a resolver mis dudas existenciales. "WGH es el director del BCMHARI, verdad?". "Correcto", contesta. "Es que me he pasado la última hora buscando este lugar, y nadie tenía la más remota idea de su existencia. Ya empezaba a tener la sensación de ser un loco buscando a mi psiquiatra... No es extraño que ni siquiera la recepcionista del edificio sepa de la existencia del Dr. WGH?". Ahora me miraba como quien mira a un trastornado. "Bueno, ya sabe, aquí somos muy discretos, nadie destaca, nadie conoce a nadie...", contesta incómoda. "Mire!", se interrumpe a sí misma. "Me acaba de contestar. Dice que siente no haber podido venir, pero que te dé la bienvenida en su nombre. Mañana estará por aquí toda la mañana... Significa eso que es usted un nuevo recluta?". "Hoy es supuestamente mi primer día de trabajo", me lamento. "Vaya, pues bienvenido! Me llamo Joy". "Gracias, Joy. Entonces vuelvo mañana, no?". "Sí. Hasta mañana, Alfredo". "Hasta mañana pues".
Abajo, en el vestíbulo la recepcionista conversaba con un conocido. No pude resistir despedirme desde la lejanía para regocijarme. A ella se la sudó, claro. Ya en la calle tomé una buena bocanada de aire fresco. Había dejado de llover. Y yo había dejado de fumar hace más de un año, pero con gusto me encendería un Lucky para celebrarlo. Mientras me perdía entre los charcos de la 26 y la 27 Oeste, una frase se me repetía en la cabeza: "Nadie conoce a nadie..."